jueves, 23 de mayo de 2013

CUERPO FELIZ

Sería difícil existir si nuestro cuerpo no tuviera oportunidades de soltar las tensiones, descargar responsabilidades, relajarse, jugar, “perder” el tiempo y también “parar el mundo” y quedarse quieto. La frase “el tiempo es oro” puede que sirva de motivación para ganar más dinero, pero si es a cambio de sacrificar el cuerpo, creo que no vale la pena tomarla como filosofía de vida.


Los lunes de cada semana casi siempre suelen presentar dificultades. Enmarcado dentro de los noticieros duros, violentos, injustos e inevitables, el presente se dibuja estrecho y nos muerde los talones, obligándonos a movernos en un ritmo que no queremos. Tratando de poner orden a nuestra vida, sacamos un papelito y apuntamos las prioridades. En esa lista, las necesidades corporales (movimiento, descanso, ejercitación, hambre real, etc.) suelen quedar relegadas. Sin embargo, como el cuerpo aprendió a sobrevivir desde el comienzo de la evolución de las especies, todo el tiempo está enviándonos mensajes de lo que necesita. Escucharlo se ha vuelto una tarea difícil; tanto es así que, de tanto esperar respuesta, opta por enfermarse para que le escuchen o va formando nudos corporales que desvían huesos y descolocan caderas, hombros y columna vertebral, propiciando y dando lugar a que se aniden dolores cada vez más agudos.


Desde la segunda mitad del siglo veinte, la medicina oficial empezó a ser cuestionada en cuanto a varios aspectos, entre ellos, el haber dividido al cuerpo como si cada miembro o cada sistema, o cada órgano fuese independiente de los demás. Otro punto de debate ha sido la visión de que el cuerpo y lo síquico de cada persona no tiene relación entre sí. Se ha estado estudiando desde diversos abordajes la relación entre lo emocional-mental y lo físico. La misma medicina habla ahora de enfermedades psicosomáticas, por ejemplo. Hay actualmente toda una corriente que relaciona las diversas enfermedades con las tensiones y las emociones negativas. Cuando Wilhelm Reich, discípulo disidente de Freud, exploraba cómo las tensiones producen contracturas y las formas en que afectan a toda la salud y la vida, fue muy criticado a principios del siglo veinte. Hoy se lo considera un pionero. Hay muchas escuelas de movimiento y muchas técnicas que se han creado para restablecer estas relaciones mente-emociones- cuerpo. Pero nuestro tema es lograr un cuerpo feliz y cómo la danza puede contribuir a ese bienestar del psicofísico.


EL CUERPO BOMBARDEADO POR LO COTIDIANO


La civilización contemporánea, marcada por la vida en las urbes, determina que nuestras vidas, y por tanto, nuestros cuerpos, estén sujetos a horarios estrictos, convenciones y normas que si bien facilitan la organización social, generalmente limitan y coartan tanto el sentido de lo lúdico como el de la libertad de movimiento de nuestros cuerpos.


La vida cotidiana urbana nos bombardea constantemente, nos expone a agresiones físicas y a agresiones síquicas. Nos somete al ruido intenso y continuo, a los rigores de la contaminación ambiental, a las tensiones del tráfico de vehículos, ya sea que manejemos uno, estemos caminando o seamos usuarios de un transporte público. Entre las presiones psíquicas está lo ya mencionado sobre los medios de comunicación colectiva, principalmente la televisión, que nos obliga a situarnos en un mundo de continua tensión, amenazas y peligros -sin que eso sea necesariamente cierto-, las convenciones sociales, las costumbres, la mecanicidad, la manipulación ideológica en general, y diversos miedos impuestos, como el miedo a expresarse con libertad. Y, sobre todo, el apuro, la aceleración, la sensación de que siempre estamos al límite.


La escuela misma, que debería ser esencialmente liberadora no sólo es, en la práctica, la institución para transmitir ciertos saberes, también nos produce tensiones, angustias, y nos norma en exceso y en forma coercitiva. En lo que se refiere al cuerpo, la escuela frecuentemente nos limita y nos causa conflictos, a menos que seamos dotados ya de nacimiento para los deportes, lo único que es aceptado y estimulado en este ámbito. Practicar deportes es favorable en varios aspectos para el desarrollo del cuerpo, pero al ser una actividad altamente competitiva, pocas veces produce satisfacción al estudiante no dotado y no crea sentimientos de compañerismo, o de solidaridad. Así se va produciendo un cuerpo nada feliz. La escuela sin duda nos beneficia, pero, ¿qué pasa con el cuerpo? Desde los seis años, cuando los niños desearían más que nada correr, moverse, escalar árboles, tienen que aprender a estar “correctamente” sentados por horas, quietecitos, transformándose en individuos sedentarios.


Al crecer y volvernos adultos, nuestras vidas se centran en el trabajo, que para casi todos es sinónimo de empleo. Desde niños nos entrenaron -incluso con sirenas- para entrar y salir de clase, para que seamos empleados de otras personas, de empresas, instituciones o de los gobiernos nacionales y locales. Si somos obreros industriales, los cuerpos tendrán que realizar sólo ciertos movimientos, adaptándose a las necesidades de las máquinas, como lo mostró en su película muda “Tiempos Modernos” Charles Chaplin hace casi un siglo. Si somos empleados de oficina, tendrán los cuerpos que someterse a la sedentaria vida de escritorio. Si somos maestros, nuestros movimientos serán correspondientes a la profesión. Pero son los hábitos lo que más marcará las posiciones y movimientos del cuerpo, obligando a que nuestros cuerpos repitan ad infinitum ciertos movimientos o ciertas posiciones.

No hacen falta datos ni encuestas para saber que hay un número considerable de personas que no ofrecen a sus cuerpos ningún tipo de entrenamiento corporal. Aún así, cuando llega el momento de alguna fiesta, sus cuerpos hallan la forma de moverse: es como si removieran una memoria muscular atada y silenciada por largos años que busca expresarse como sea. Por eso es tan interesante observar los cuerpos de hombres y mujeres cuando bailan sin seguir los códigos de moda, dada su urgente necesidad de moverse. Esas personas, paradójicamente, son quienes mejor mueven sus cuerpos en el espacio, con un gusto verdadero que les viene desde bien adentro. Por eso se dan casos que, en las fiestas populares de los pueblos, aún la gente enferma o lisiada baila inventando un modo personal de moverse y llegando a estados lúdicos, hermosos y liberadores. Se produce entonces, como en la práctica de la danza, un acto de supervivencia con el derecho que tiene todo ser humano de transformar sus hábitos corporales cotidianos hacia la libertad.

EL SENTIDO DEL JUEGO


En todas las culturas, el juego en la infancia es una actividad inseparable al ser humano. Sirve en los procesos de aprendizaje social. Los niños juegan para descubrir, conocerse, trabar conocimiento con los demás y a relacionarse con su entorno. Se podría afirmar que el sentido del juego es una necesidad en todos los órdenes de la vida. Sus características de ser divertido, optativo y voluntario lo vinculan a la libertad, la espontaneidad y al movimiento y a la capacidad de asombro. El sentido del juego tiene que ver con el saludable sentido del humor que, cuando surge de manera espontánea, ingeniosa y cuestionadora nos ayuda a mover estructuras mentales rígidas y los serios y acartonados rituales que las sociedades han creado.


El sentido del humor aligera los momentos esforzados y duros del trabajo diario; mantiene a la gente con entusiasmo en sus tareas. No está en contra de la disciplina, cuida de ella y no se deja atrapar del aburrimiento. Cuando el espíritu del juego está correctamente inmerso en el trabajo, es como una substancia que lubrica el tiempo de aprendizaje. Abrirse al humor no es flojera o falta de compromiso. Es jugar cuestionando los conceptos rígidos de autoridad y conocimiento. Es un cedazo en el cual se quedan atorados los dogmas. Permite sacudir la importancia personal y exponerse a los otros sin miedo, con disposición a equivocarse si es preciso.



Posiblemente, se dice, la risa sea una de las primeras actividades lúdicas del ser humano, Reírse, soltar una carcajada, abrazarse en medio de los momentos más serios, ayuda a mover los andamiajes más pesados del Universo y no tiene costo. Al respecto, recuerdo hace unos cinco años atrás, en la avenida Corrientes de Buenos Aires a dos chicas y dos chicos entre veinte y treinta años con carteles que decían “abrazos gratis”. En un mundo metalizado como el que vivimos, parecía una trampa; con toda seguridad, al último saldrían con un ardid para pedirte dinero o ganarte para alguna secta religiosa. Pero no, no había ninguna trampa, eran sencillas y auténticas personas obsequiando abrazos al numeroso y apurado público de las veredas. Abrazos verdaderos acompañados de una genuina sonrisa y de limpio sentido del humor.


En la escuela, la danza puede colaborar con los procesos de enseñanza. El juego, la experimentación, la imaginación y la creatividad son parte del aprendizaje de la danza. Como tal, ofrece a los maestros una gama de posibilidades en su trabajo específico. Como expresión artística se basa en la forma en que se interpreta emociones por medio de nuestros movimientos inconsciente y conscientemente, se caracteriza por la disciplina que conlleva a expresarlas. El propósito principal es sentir libertad en la ejecución de cada movimiento, aflojando las tensiones de la vida cotidiana contemporánea.


AL BORDE


Aún las personas privadas de libertad juegan en soledad o cuando reciben visitas. Los enfermos en los hospitales también buscan alguna manera de jugar, ya sea para distraer los dolores o burlar el peso de las horas.


Se ha observado y registrado el comportamiento de las personas y los animales en situaciones limite (accidentes, robos, cataclismos y peligro de muerte); su comportamiento se vuelve un juego desesperado que refleja la cotidianidad alterada. El cuerpo, zafado de sus normas educativas, podemos decir que actúa solo, motivado por lo que le esta sucediendo en esos precisos momentos. Los condenados a muerte, en el pedazo de vida que les queda, suelen tener gestos provocativos con los cuales conforman un juego irónico que expresa su rebeldía, angustia, miedo o despedida.


Feo y retorcido en la naturaleza humana es el placer que encuentran quienes de la maldad han hecho un oficio: científicos que han puesto su talento para crear sistemas sofisticados de tortura, equipos de seguridad que hieren y matan sin compasión. Fríos banqueros que disfrutan de las sagaces, alevosas e inteligentes formas de estafar a sus clientes. Gobernantes regados por el mundo mostrando en cada una de sus intervenciones un regodeo de una esquizofrenia enferma de poder.


Por otro lado, parece un insulto a las buenas maneras y costumbres tradicionales de buen comportamiento el movimiento desenfadado que muestran los grupos de niños que viven en la calle: como que no tuvieran nada que perder, transitan sus cuerpos por las aceras y andenes, pasadizos, plazas y callejones, bajo quemantes soles o frías lluvias, jugando entre sí o con seres imaginarios. Desde el interior de autos o buses miramos a estas “bolas de trapos” bailar, reírse, cantar y silbar sin visos de enfermedad o preocupaciones.


El dinero bien utilizado puede ayudar a tener mejores y más condiciones para ser feliz; pero no garantiza el éxito de los acontecimientos y propósitos. La imaginación suele manifestarse de una manera sorprendentemente bella en los contextos más empobrecidos y abandonados. No se sabe. La vida así como es de sencilla, suele ser profundamente misteriosa.

LA DANZA, EL JUEGO

La danza tiene las ventajas de ser, en lo social, una de las primeras expresiones del ser humano en todas las culturas y una expresión primigenia de vida. ¿Qué hizo primero el ser humano? No cantar, no actuar, no hablar, sino moverse. Primero está el movimiento, base de la danza.


La danza, casi cualquier danza, es útil para desplegar la motricidad y expandir los sentidos y por lo tanto la percepción. La danza es fundamental para la unificación de lo físico y psíquico cuando, por la influencia enajenante de la vida actual, están disgregados sus elementos.


El juego y la danza tienen ciertos evidentes paralelos y están relacionados en forma íntima. Tanto en el juego como en la danza se experimenta libertad y se siente placer. Ambos tienen que ver con el movimiento del cuerpo, son activos. El juego y la danza organizan las acciones de un modo propio y acordado anteriormente. En el juego hay ciertas reglas estipuladas y en la danza hay ciertos requisitos, como guardar un ritmo, por ejemplo, en ciertas danzas, o sujetarse a una premisa dada. Tanto el juego como la danza permiten a los niños –y a los adultos- fortalecer su propio valor. Ambas favorecen el proceso socializador. Cumplen una función de evitar desigualdades, son integradoras y reparadoras. En ambos, juego y danza, participan la capacidad de utilizar símbolos y signos para crear ámbitos, concebir acciones posteriores y desentrañar la realidad y resignificarla.


¿SE TIENE QUE APRENDER A JUGAR?


¿Cómo recuperar el cuerpo feliz, sencillo y sin complicaciones, como esas “bolas de trapo”, dentro de nuestras situaciones de vida? ¿Debemos aprender de nuevo a jugar, ahora adultos? ¿Podemos lograr esto con la disciplina de la danza? Cuando pensamos que una de las primeras cosas que pierde la persona en su crecimiento es la capacidad de jugar y de actuar con más libertad corporal, entonces sabemos que es urgente recibir algún tipo de saber o de ejercitación. Para guiar y poder recuperar lo perdido, la danza, al menos como muchos la visualizamos, es muy útil en su aspecto de entrenamiento.


La danza como arte tiene dos momentos: el entrenamiento o preparación, y el de la de creación de una obra y su exposición al público, lo que la convierte en un acto comunicacional. La actuación escénica tiene exigencias profesionales. El compromiso de la escena conlleva otros saberes, tales como el arte de la interpretación, el conocimiento de la escena misma y sus recursos. Este otro nivel no nos interesa aquí.


Diversas técnicas existen hoy para enseñar a danzar de una manera en la que el cuerpo pueda adquirir conocimiento del espacio y control del tiempo. Lo más importante es que lo placentero se manifieste de una manera concreta en los músculos, en los huesos; esa es la prueba de una lúdica liberadora dentro de la danza. Es el bienestar corporal que uno siente cuando se practica el entrenamiento.


La manera más fluida y orgánica de bailar es la espontánea. La que recurre al instinto, a los recursos básicos que tiene todo ser viviente para sobrevivir y disfrutar. Un acto danzarlo lúdico puede sobrevenir sin haberse propuesto; conexiones inesperadas pueden crear el ambiente ideal para que se desarrolle la experiencia. La danza, como el juego, propone ciertas reglas previamente estipuladas, como ya lo dijimos, para fomentar esa espontaneidad.

En mi método de trabajo, a lo largo de varios años he podido comprobar que con propuestas sencillas en las cuales pueden participar personas con o sin experiencia previa, se puede “despertar” el cuerpo. ¿Por qué la gente se siente contenta al final de un taller? Porque esas propuestas primero detienen el ritmo acelerado enajenado de la vida contemporánea, y se le da la oportunidad de que los participantes perciban sus cuerpos, sus mentes, sus emocionalidades.

Después hay un reconocimiento, un apropiarse del espacio en el cual la persona está trabajando. ¿Cómo se posesiona el cuerpo del espacio? Jugando, imaginándose diferentes cuerpos la gente mueve el cuerpo cotidiano pero cambia a propósito a un cuerpo diferente: de más edad, más pesado o más liviano, por ejemplos. El trabajo con el suelo, con la tierra, con las raíces, descubre los propios pies y manos, y otros puntos de apoyo como la pelvis, los hombros, nos encamina a la conciencia corporal, a la comodidad de estar en nuestros propios cuerpos, a contactarnos con su energía. Con sencillas ejercicios el cuerpo recobra un sentido animal perdido en la vida contemporánea. Hay varios momentos durante los talleres en que llegamos a lo que se podría llamar un estado lúdico, que quiere decir placer, gusto, bienestar con el cuerpo de uno, confianza y apertura hacia el otro.


No se puede ser feliz, fresco, relajado o juguetón por mandato o por una determinada ley. Mientras menos represiones tenga una persona de cualquier edad, su cuerpo estará más apto y receptivo a los momentos lúdicos que se pueden generar en la vida cotidiana.


Los profesionales de la danza, cuando no estamos atentos, podemos dañar o aconsejar equivocadamente a las personas que nos piden una opinión sobre el cuerpo. De igual manera, profesionales que dan talleres de expresión corporal o recreación, pueden tensionar más a la gente si las propuestas a trabajarse no son las indicadas.


Guiar, motivar o dirigir, siempre será una responsabilidad que demanda intuición y conocimiento para que se pueda producir un acto liberador en cada uno de los participantes.

Wilson Pico